Í.
Cierras
los ojos
y
se calla el mundo,
traéme
el mar, una vez más
abrazando
tus pupilas.
La
sal dormida
que
se enreda en tus pestañas
deja
que caiga en esta herida
hueca
en mi piel de lunares rotos.
Que
anide en tus rizos
el
frío de esta culpa que se eriza.
Porque
es difícil morir
con
el corazón tan lleno,
los
ojos tan abiertos, la puerta
a
una escena donde no existe
la
palabra equivocada.
Porque
me siento (diminutamente) inmortal
cuando
en el músculo cansado
naufragan
tus huellas
y
la piel está fría
y
el fuego está dentro.
Y
quizá llegue diciembre
y
caduque el viento que ahora improvisa
y
crezca la zarza y nos trepe
y
se llenen de fango las rías
donde
hoy construimos el barco.
Puede
que el tiempo nos ruede
aunque
ya sea tarde para salir intactos.
Pero
hoy no es ese día.
Porque
después de mil galernas
ha
llegado tu arena a mi orilla.
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