15 de marzo de 2020

Precipicio

Antes de asomarme ya estaré muerta.
Me pregunto en qué momento cedió la grieta y me habitaron los escombros. No recuerdo el rugido de la derrota ni el cuándo de estas raíces tan profundas de tristeza. Supongo que fue un colonizar lento, alimentado por cada paso descarriado en el barro y la huella sigilosa del tiempo siendo testigo y sentenciando mi suerte.
Me pregunto si el derrumbe fue desde el principio inevitable o si hubo algún tramo del camino donde pasé de largo la vía de escape. Sin embargo todo eso ya no importa ahora que avanzo hacia la cima mientras nadie se pregunta el porqué de mis lágrimas rotas y el olor a sangre en mi saliva. Avanzo hacia la cima ordenando la verdad en el aire con el pincel de la vergüenza y mi pasado aconsejándome.
Dejé de luchar. No opongo resistencia a la inercia incandescente que me empuja y, aunque agotada por la soledad y el insomnio de mis sombras, de pie sigo, decidida, hacia la cornisa afilada de la despedida. La última etapa es la más dura, pero me muevo ligera, se me ha ido desprendiendo la paciencia que hacía de lastre y ya no esquivo los adioses de otras personas buenas que vinieron antes a estas rocas.
Antes de saltar ya estaré muerta.
Me he ido escapando de mí misma a lo largo del eclipse de las horas. Nadie sabrá qué hacer con el puzle de mis ruinas, pero al menos espero la lápida en blanco que sirva de lienzo a las espinas que abracen mi ausencia y camuflen los secretos con los que me marcho.

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